Deciden voluntariamente estar en aislamiento, por lo que se encierran en sus cuartos y no tienen ningún tipo de contacto con el mundo exterior. En muchos casos, ni siquiera se comunican con los integrantes de su familia que viven dentro del mismo hogar. El grupo de jóvenes que toma esa determinación está creciendo cada vez más en Corea del Sur, según exploró un artículo de BBC.
Se les conoce como hikikomori, un término japonés que comenzó a usarse desde los años ‘90 para referirse a aquellos adolescentes y jóvenes, en su mayoría hombres, que toman la decisión de vivir encerrados y eludir cualquier tipo de contacto con otras personas. Asimismo, es recurrente que esa interacción social la reemplacen por la televisión, el computador o el celular.
Uno de los que pasó confinado por un largo periodo es Yoo Seung-gyu, quien ni siquiera salía de su habitación para ir al baño y llegó a pasar hasta cinco años encerrado en un estudio. Tampoco veía a su familia.
En 2019 terminó su confinamiento, pues fue directamente a embarcarse al mar junto a otros jóvenes que estaban presentando el mismo problema que él. distanciamiento social grave.
“Fue una sensación extraña estar en el mar, pero al mismo tiempo fue muy refrescante después de la reclusión. Se sentía irreal, pero definitivamente ahí estaba. Existía”, expresó Yoo a BBC.
Actualmente Yoo lidera Not Scary, una organización que ayuda a otros que están en el mismo contexto en que él estuvo. Y es que su caso está lejos de ser el único.
De acuerdo al Instituto Coreano de Salud y Asuntos Sociales, actualmente hay unas 340.000 personas entre 19 y 39 años que están viviendo un aislamiento en sus casas.
El problema de los jóvenes ermitaños en el país asiático se ha agudizado hasta el punto en que las autoridades han comenzado a brindar ayuda económica a algunos adolescentes y adultos jóvenes bajo una sola una condición: que dejen sus viviendas.
La medida está focalizada en personas que tengan entre 9 y 24 años y que además provengan de hogares con bajos ingresos económicos.
Según el Ministerio de Igualdad de Género y Familia de Corea del Sur, la finalidad de este subsidio es “que la juventud recluida pueda recuperar sus vidas diarias y reintegrarse a la sociedad”.
Sin embargo, algunos de los exermitaños recalcan que la falta de dinero no tiene mucho que ver en esto, ya que no es necesariamente lo que conduce a la desconexión de la sociedad.
Park Tae-hong, quien en algún momento también fue considerado un hikikomori, así lo plantea: “Vienen de una variedad de condiciones económicas. Me pregunto por qué el gobierno asocia el aislamiento con el estatus financiero. No toda la juventud ermitaña tiene dificultades económicas”.
Al igual que Yoo, Park tuvo el apoyo económico de sus padres durante el tiempo que estuvo confinado.
En palabras de Park, el distanciamiento por voluntad propia puede convertirse en algo “reconfortante”. Y es que experimentar nuevas situaciones produce emoción y alegría, sin embargo, también atrae “fatiga y ansiedad”.
“Cuando simplemente estás en tu cuarto, no tienes por qué sentir eso. Pero no es bueno a largo plazo”, destaca.
Otro factor que se repite entre los hikikomori es que sienten que no han cumplido con las expectativas que otros tenían de ellos, después de haber sido presionados a lograr objetivos en el plano académico, laboral o social. Al final, el sentimiento común es algo así como la desadaptación.
Eso le sucedió a Yoo, quien cuenta que fue a la universidad porque su familia se lo impuso. Estuvo allí un mes y se retiró. “Ir a la universidad me hizo sentir vergüenza. ¿Por qué no podía ser libre de escoger (mi propia carrera de estudios)? Me sentí muy miserable”, dijo el surcoreano.
Ahí entra en juego otro elemento: la llamada “cultura” de la vergüenza, comenta Yoo. Precisamente eso lo que hace que para los jóvenes ermitaños sea difícil hablar con sus cercanos sobre problemas personales.
“Un día, simplemente llegué a la conclusión que mi vida iba mal y me empecé a aislar”, recuerda.
Kim Soo Jin, gerente de Seed:s, organización que ayuda a los jóvenes ermitaños, plantea que los jóvenes surcoreanos en general experimenta una sensación de opresión, puesto que se espera que ellos cumplan con ciertos estándares y comportamientos a una edad determinada.
“Cuando no pueden cumplir con estas expectativas, piensan ‘fallé’, ‘ya llegué tarde’. Este tipo de ambiente social deprime su autoestima y podría finalmente aislarlos de la sociedad”, explica.
Kim cree que si hubiera una oferta más abierta de oportunidades laborales y educacionales, el panorama sería un poco mejor para los hikikomori.
Por otra parte, quienes conocen de cerca este problema creen que el subsidio brindado por las autoridades es un avance, pero la realidad es que ese financiamiento podría ser utilizado de mejor forma, por ejemplo, si es destinado a organizaciones y programas que sepan cómo brindar orientación o capacitación especializada a los hikikomori.
En el caso de Yoo, lo que más le sirvió fue integrar un grupo de rehabilitación donde pudo interactuar con otros jóvenes ermitaños que estaban atravesando el mismo proceso.
“Una vez recibí ayuda de otros, empecé a darme cuenta de que este no es únicamente mi problema sino el problema de la sociedad”, asegura.